lunes, 4 de enero de 2010

Comienzo de «Semmelweis» (Céline)

Mirabeau gritaba tan fuerte que Versalles tuvo miedo. Desde la Caída del Imperio Romano no se había abatido ninguna tormenta parecida sobre los hombres, y sus pasiones se elevaban hasta el cielo en olas temibles. La fuerza y el entusiasmo de veinte pueblos brotaban de Europa, destripándola. Por todas partes se movían los seres y las cosas. Aquí, tormentas de intereses, de vergüenzas y de orgullos; allá, conflictos oscuros, impenetrables; más allá, sublimes heroísmos. Todas las posibilidades humanas confundidas, desencadenadas, furiosas, ávidas de lo imposible, corrían por los caminos y las hondonadas del mundo. La muerte aullaba entre la espuma sangrante de sus legiones dispersas; desde el Nilo hasta Estocolmo y desde la Vendée hasta Rusia, cien ejércitos invocaron al mismo tiempo cien razones para ser salvajes. Fronteras desfiguradas, fundadas en un inmenso reino del Frenesí, hombres que querían progreso y un progreso que quería hombres, he aquí las inmensas bodas que se celebraban. (...)

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