sábado, 28 de noviembre de 2009

«El gran impaciente» (Toni Montesinos)

                         SUICIDIO: sui “de sí mismo”, caedes “asesinato”.


“… la gente se mata porque está sola, porque está enferma, porque está vieja, porque es demasiado pobre, porque es demasiado rica, porque le embromaron el standard o las ambiciones, porque papá y mamá se peleaban sobre su cabecita, por amor (los menos), por falta de amor, por vergüenza, por orgullo, por imitación, por misticismo, por la libertad, las ideas y otras cosas nobles; pero principalmente, porque está loca. (“Los suicidas”, Antonio di Benedetto, argentino, 1969).

Estudios demuestran que los escritores son de 10 a 20 veces más propensos que otras personas a sufrir enfermedades maniacodepresivas o depresivas, lo que les puede conducir a menudo al suicidio.

Capítulo 1 de “Le mythe de Sisyphe” (Albert Camus, 1942). En el breve ensayo titulado “Lo absurdo y el suicidio” dice: “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía”.

“El suicidio es confesar que la vida nos supera o que no la entendemos (…) Es solamente confesar que “no vale la pena”.”

“De cómo filosofar es aprender a morir” (Michel de Montaigne, “Essais”, 1580):

“No sabemos dónde nos espera la muerte: esperémosla en cualquier lugar. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. No existe mal alguno en la vida para aquel que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida.”

“El túnel”, Ernesto Sábato, 1958: “El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, acorazados, tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla”.

Lev Tolstói: “Unas pocas personas, excepcionalmente fuertes y consecuentes, obran así. Habiendo comprendido la estupidez de la broma que se les ha hecho y habiendo comprendido que es mejor estar muerto que vivo, y que lo mejor de todo es no existir, actúan de acuerdo con ello y terminan prontamente esta estúpida broma, puesto que hay medios para hacerlo: una cuerda en torno al cuello, agua, un cuchillo para clavárselo en el corazón.”

Fernando Pessoa: “Siento una alegría enorme/al pensar que mi muerte no tiene ninguna importancia”.

Mahoma (Corán): “El hombre no muere sino por la voluntad de Dios, según el libro que fija el término de su vida”.

Hume, “Ensayo sobre el suicidio”: “Un hombre que se retira de la vida no hace ningún mal a la sociedad; simplemente deja de hacer bien; lo cual, si es un error, es uno de los menores.”

Guy de Maupassant (cuento “L´endormeuse”, 1889): “¡El suicidio! Pero ¡si es la fuerza de quienes ya no tienen nada, es la esperanza de quienes ya no creen, es el sublime valor de los vencidos.”

La Revolución Francesa de 1789 suprime el suicidio del listado de crímenes castigados por la ley. En Inglaterra, en cambio, perdura hasta el siglo XIX la costumbre de pasear públicamente el cadáver del suicida, arrastrándolo por la calle camino de su improvisada sepultura.

Thomas de Quincey, “Of Murder considered as one of the Fine Arts” (1854).

Robert Louis Stevenson, “The Strange Case of Doctor Jekyll and Mr. Hyde” (1886).

En el siglo XIX en la India se produce el auge del llamado “suttee” (sati), el suicidio de las viudas que sucedían a sus maridos en la muerte y que se mantendrá hasta la independencia de la India, en 1947.

En la época de la Ilustración, los suicidas eran considerados dementes.

George Bernard Shaw, “Sixteen Self Sketches” (1949).

Tres autores que se suicidaron en lo peor de la SGM (1940-42): Walter Benjamin (alemán, perseguido por Hitler),Virginia Woolf (inglesa, alma atormentada y depresiva por el entorno bélico), Stefan Zweig (suizo, máximo defensor de la libertad individual frente a cualquier tipo de Estado).

Cioran, “Desde las cimas de la desesperación” (1934). Lo escribió a los 21 años para combatir el insomnio, “esa nada sin tregua”, “ese despertar permanente”, “esa ausencia criminal de olvido”.

Cesare Pavese, “El misterio de vivir” (1952): “La dificultad de cometer suicidio está en esto: es un acto ambicioso que se puede cometer solamente cuando haya sido superada toda ambición.

Goethe, “Werther”: “Yo no veo el suicidio como una vergüenza, sino como un atributo de la persona. Es una idea que todos hemos pensado en algún momento de la vida, y creo que es una obligación de todo joven poner el duda su propia existencia.”

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